A lo largo de la historia, la República Checa (o Chequia, nombre oficial abreviado del país) ha sido siempre un lugar de agitación política, lo que ha influido en su patrimonio histórico. La República Checa comprende los territorios históricos de Bohemia, Moravia y la Silesia checa. Praga fue sede imperial en periodos comprendidos entre los siglos XIV y XVII.

Después de 1526, toda la Corona de Bohemia se integró gradualmente en la Monarquía de los Habsburgo. En épocas más recientes, el país fue parcialmente ocupado por Alemania, luego liberado por los soviéticos y, en 1993, al disolverse Checoslovaquia pacíficamente, la República Checa se convirtió en un Estado independiente.

Hoy en día, este país bien desarrollado es uno de los destinos más apreciados de Europa Central, repleto de lugares declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, parques nacionales, bodegas de categoría mundial, pueblos de cuento y ciudades y castillos medievales. Su joya, Praga, es uno de los destinos más populares de Europa. Sin embargo, salir de Praga y explorar la campiña checa, como Cesky Krumlov, merece la pena. Cuando se viaja en interrail de un lugar a otro, resulta idílico contemplar el mágico paisaje que pasa por la ventanilla del tren.

La cocina tradicional checa es sencilla, pero deliciosa. El gulash, las albóndigas de pan con salsa, el muslo de pato asado (Pecena Kachna) o las albóndigas rellenas de fruta (Ovocné kynuté knedlíky), así como una cerveza en el pub local, son platos imprescindibles.

En Chequia también hay muchas rutas de senderismo gratuitas por todo el país si le interesa pasar un rato en la naturaleza. Para los amantes de los deportes de invierno, un viaje a la República Checa no está completo sin probar el esquí y el snowboard cerca de las montañas de la cordillera de Krkonoše.